domingo, 28 de julio de 2013

Comparación con El burlador de Sevilla


La principal diferencia entre ambas representaciones de Don Juan, están en su suerte, y en el discurso religioso y moralista que en ellos obra en pago de su vida.
En la versión del Siglo XVII, Don Juan halla su fin de la mano de la estatua del Comendador, arrojándose a los infiernos. Es esta una pena adecuada para los parámetros del barroco, donde los excesos representan con soltura las más extrañas situaciones. En esta lectura, Don Juan es un personaje demasiado infame como para encontrar el perdón divino, y lejos de la actitud moralista presente en el texto de Zorrilla, aquí el autor condena a una eternidad en los infiernos a Don Juan, más interesado en el elemento de terror, que en la actitud salvadora de un Dios bondadoso que perdona cualquier ofensa por grave que sea, incluso en el último momento. Estamos ante un Dios justiciero, más que bondadoso. No hay pues tampoco figura femenina y redentora, ni amor supremo que salve al protagonista de su pecado. Así pues, mientras que en el “Don Juan Tenorio” de Zorilla, el alma de Doña Inés se apiada de él, al seguir amándole, y le transmite una fracción del amor de Dios para poder redimirse, en “El burlador de Sevilla”, Don Juan está más allá de toda salvación, y el autor considera inútil pretender que un alma tan depravada y que ha cometido tantos errores sea pagada de otra forma que con la condenación eterna. Por lo tanto, la obra del siglo XIX es más amable en su final, mientras que la del XVII, concluye de forma tajante e implacable, a pesar de que las dos acaben en muerte. El mensaje es completamente opuesto. 


Es además el final de la obra del siglo XIX, una conclusión que se ha etiquetado por la crítica como “profundamente romántico”, cuando no “poco creíble” o poseedor de una evidente “cursilería”, en palabras del crítico Roberto Sánchez. 

En cuanto a los elementos mágicos o sobrenaturales, surgen algunas diferencias básicas entre la obra atribuida a Tirso de Molina (también al actor y dramaturgo murciano Andrés de Claramonte, que pudo ser el verdadero autor de la obra) y la escrita por José Zorrilla.
Para empezar, los elementos fantásticos o personajes fantásticos, no aparecen reflejados en la lista de personajes de “El burlador de Sevilla”, mientras que sí lo hacen en “Don Juan Tenorio”, como si en la primera obra, tales elementos fueran totalmente accesorios, o al menos, no merecedores de la entidad de personajes. Además, en la obra de “El burlador”, hay sutiles cambios que hacen de algunos elementos espectros, pero no fantásticos –entendiendo la asociación de la época como que lo divino y religioso era totalmente real y tenido en cuenta como tal, en clave religiosa y aceptado canónicamente-, de ahí que en la obra de Tirso, Don Gonzalo sea “un muerto”, y en la de Zorrilla, una estatua animada.



Respecto a la comedia, el elemento cómico está presente con más fuerza en la obra de Tirso, en la figura de Catalinón, personaje con función de bobo, o cómico, que sustituye el elemento dramático en repetidas ocasiones, con escenas de comedia y confusión.

Algo que si bien también aparece en el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla, lo hace con menor asiduidad, y un marcado tono dramático. 

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